Con ella aprendí que la literatura no es la vida, que el escritor no es su obra, que los golpes que más hieren no siempre son de acero, que la caricía que no nutre intoxica, que el interés es más fuerte que el amor, que tras el personaje amoroso puede esconderse un creador sin corazón, que se puede predicar y no dar trigo.
Yo la esperaba sentada en su embarcadero, viendo anclar naves que plegaban velas, barcos que se hacían al mar y marinería que trasegaba entre blancos y azules. Y mientras yo la esperaba el tiempo aguardaba.
La ilusión te embarga, te embarca o te emborracha de pasiones y resacas vacias de verdad.
La vida acontecía, había que embarcarse, acompasar el camino, dar vueltas para genera vida.
En realidad, las vueltas aturden no hay acompasamiento posible entre caminantes de direcciones opuestas, y los aparabanes solo son extravagantes movimientos llenos de drama que no conducen a ningun punto.
No temía tiempos de espera ni molinos de piedra o grano de cabellos al viento; sin embargo no estaba preparada para molinos de tiempo. En sus aspas inicié el remonte hasta el mediodia y desde allí me despeñe en dirección a los dias que pulvericé esperandola, mientras la rueda convertía en harina mi corazón. La quisé libre pero no huidiza aunque desde el principio supiera que era perro de hortelano. ¿Será en balde el tiempo perdido?