viernes, 31 de octubre de 2014

Desgraciado aquel que no haya amado  más que cuerpos, formas y apariencias!
La muerte se lo arrebatará todo.
 Amad las almas ¡y las volveréis a encontrar!

Victo Hugo, Los miserables.

¿Habrá mayor dolor que ver partir a un ser querido?
 Las lágrimas vierten desde un rio interior  convertidas sus aguas en mar, en cascada, en catarata. Aguas salobres, salivadas.
 Nada quema tanto como la salina del dolor.
 Amarga salmuera que escuece y sana.
 Sonido apagado y  ruidosos silencio. 
Y como remedio de lo irremediable, el llanto.
Llorar, desaguar del dolor para no ahogarse tanto,
ahogarse en lágrimas para salvarnos de ellas.
Y del  adios revelado en obediente rebelde.
 Nada más decorazonador que desnudarse la esperanza  en la intemperie de la impotencia.
La dulzura acidulada, el afecto en desgobierno y la casa descasada.
Y sin esperanza en espera, amanecerán astros clareando tiempos,
 tiempo y tiempo después.
Espera danzada de dolor.
 Espera y danza.

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