viernes, 1 de agosto de 2014

Clara, imprescindible Clara.

Clara sonreía todos los días desde que respiró por primera vez naciendo nada más comenzaba la decada de los setenta. En cuarenta y cuatro años no dejó un solo día de hacerlo. Más de un millón seiscientas mil sonrisas que limpiaban el aire por donde transitaba.
Clara trajo al mundo a dos hijas que la vieron sonreir durante quince y doce años. Y Antonio pudo disfrutar de su alegria y sus ojos casi treinta años que se han convertido en el vuelo leve de una pluma que pesa como el plomo.
A veces la vida trae a nuestra vida esos seres maravillosos que no pueden morir porque son eternos y sin embargo nosotros morimos un poco cuando no están y su eternidad ya no acompaña la nuestra. ¿Qué sería de quienes respiramos a su lado si su presencia física no nos hubiera acompañado? No solo la echarán de menos  hasta el dolor y hasta que ese dolor convierta el duelo en recuerdo, también  echaran de menos a quienes eran cuando ella sonreía, cuando su presencia los abrazaba.
 Esa obstinación pacífica que es la paciencia pondrá orden en su amar amargo de hoy  y lo transformará en  recuerdo cálido y dulce. Mientras tanto, la rabia y el mundo andaran parados en alguna hora, en alguna frase, en algún rincón.
Vivimos, estamos vivos en esta vida brevemente inmortal  y eterna.

Un día vendrá en que desearas haber sido la más dulce de las criaturas, la más compresiva, la más luchadora, la mejor dispuesta, la más disponible, la que  amó, la que se dejo amar, la que como Clara siempre supo que saber recibir es dar.

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